Un acontecimiento político

Un acontecimiento político está sobredeterminado por la capacidad de observación y cálculo de quien lo produce, y los azares con que se encuentra. Macchiavello definía: “Virtud y Fortuna”. Las primeras, cualidades humanas. Los azares: por saberes ignorados o imposibilidades de anticiparlos. El político técnicamente capaz sabe, más o menos concientemente, que el destino de sus actos depende de las mismas. Sobre las primeras, evalúa. Sobre las segundas, le resulta imposible. Ahí nace su dependencia de diversas consultorías. De mediciones de la opinión pública y otros espionajes, de diagnósticos y pronósticos económicos, de geopolítica, etc. Todas, amenazadas igualmente por el azar y lo no sabido. La sorpresa, siempre acecha. Ante esa eventualidad, ateos se hacen creyentes vergonzantes. Científicos, recurren a los signos del zodíaco, a las brujas o a los parapsicólogos. Algo que los tranquilice haciéndoles suponer, que pueden evitar la maldición de la sorpresa. Alejandro Magno recurría al interpretador de sueños Artemidoro de Daldis, que espontánea, intuitiva e inconscientemente, usaba desciframientos que miles de años después descubriría Freud como legalidades del Inconsciente.

Lo fascinante, es que a veces en esas prácticas logran algo de lo que buscan. Ya que, modalidades particulares de estructuraciones subjetivas muy tempranas, dejan en algunas personas remanentes de la comunicación sin palabras entre madres e hijos. Ellas facilitan algunos desciframientos de lo que el otro no sabe que porta.